Hace unos días fuimos a Puerto Venecia a ver El Hobbit. No es que se hubiera escapado un hobbit de la Tierra Media y hubiera venido a parar a los montes de Torrero a hacer sus últimas compras navideñas o que para atraer público, de momento de visitantes tienen excedente, el departamento de marketing del centro comercial hubiera tenido la brillante idea de soltar a un hombre disfrazado de hobbit para regocijo de chicos y grandes. Me refiero a la película.

A pesar de que en su día fui a ver las tres partes de El Señor de los anillos y aún no habían estrenado una ya estaba haciendo fila para ver la siguiente, esta de El Hobbit no me motivaba en exceso, casi tres horas de cine seguidas me parecían muchas.

La película, cuenta la historia del Bilbo Bolsón joven, quien un día recibe la visita de Gandalf el gris, el maestro pirotécnico, que pasaba por allí como sin intención. Unos fuegos de artificio, una conversación amena y cuando se quiere dar cuenta, Bilbo tiene la cueva llena de enanos. Los enanos apátridas, que pasaban por allí también como sin intención, tienen en mente reconquistar las tierras de las que fueron expulsados hace años, para lo que necesitan la colaboración desinteresada de Bilbo, al que ofrecen el puesto de saqueador en la compañía. El hobbit, después de ver cómo están arramblando con su despensa y le están dejando la cueva patas arriba les dice que sí, que esperen sentados y a poder ser a las puertas de la madriguera, porque él de hazañas se abstiene.

A la mañana siguiente no hay ni rastro de enanos en la casa y el joven Bilbo pone cara de pensar unos segundos, reconsidera su postura, pone sus megapies en polvorosa para dar alcance a la comitiva. Esto demuestra que pese a lo que pueda parecer a primera vista, a los hobbits les va la marcha. Vamos, que ven un resquicio de aventura por arriesgada que sea y allí que se lanzan.

A partir de entonces la película se convierte en un catálogo detallado de persecuciones, peleas con trolls, con orcos y trasgos, encuentros con magos, pasos por desfiladeros imposibles, visitas a Imladris, paraiso élfico, cuevas subterráneas, montañas que se baten en duelo, malcarados dragones escupefuego, hasta llegar a la aparición estelar de Sméagol también llamado Gollum y su anillo de compromiso.


La película no está mal. Para tanto metraje, casi tres horas incluyendo anuncios previos, no se hace larga, aunque sí que cansa tanta persecución, que no haya un momento de respiro para los enanos, que no salen de una y se meten en otra peor.

Y al final sale uno del cine con la sensación de que ha visto algo inacabado, que después de tanto sufrimiento no se obtiene una recompensa, ni para bien ni para mal. No hay vencedores y por tanto no hay vencidos. Pero claro, como señores de los anillos, hobbits también habrá tres.

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