Como el presupuesto no me llega para comprarme la Correctmatic-2000, todavía no puedo hacer públicos los resultados del examen de ayer, pero me temo que no serán muy satisfactorios a pesar de haber ofrecido a los concursantes un amplísimo abanico de facilidades.

En este instituto como en muchos otros, los alumnos tiene que leerse un par de libros durante el curso. El primero fue The Jungle Book, de Rudyard Kipling, que leímos en clase durante la primera evaluación. Para la segunda evaluación y confiando en la responsabilidad y buen entendimiento de los alumnos, la lectura obligatoria llevaba por título Five Children and It, de Edith Nesbit y publicado por Burlington. Digo responsabilidad porque aquí la lectura ya no era comunitaria y en el aula sino en casa; respecto al buen entendimiento, no hay nada que no solucione un buen diccionario.

Five Children and It narra la historia de unos hermanos que se van a pasar las vacaciones a una casa en el campo, con tan mala suerte que al poco de llegar allí la abuela materna cae enferma y la madre de los zagales tiene que dejarlos al cuidado de Martha, la sirvienta, durante su ausencia. Un día, los niños salen al jardín y no se les ocurre otra cosa que ponerse a escarbar en la arena para hacer un pozo, con tan mala suerte otra vez que a la segunda palada ven que algo se mueve bajo sus pies. Un bicharraco. Un bicharraco verde, peludo, con ojos saltones y cara de rana que se presenta a sí mismo como «el monstruo de las arenas». A los jóvenes se les pasa el susto inicial al ver que el bicho es pacífico y entablan una animada conversación con él en la que a la pregunta de cuál es su filiación sexual, con la más absoluta naturalidad reconoce que es un ser neutro. Que al llegar la primavera ni siente ni padece, de ahí el It del título.

Sin darle más importancia, el bicho les hace saber que además de la verdería y la peludez, el animalico tiene otro don consistente nada más y nada menos que en conceder deseos con caducidad. Cuando se pone el sol el deseo concedido se desvanece y a esperar hasta el día siguente, que se podrá pedir otro.

Y aquí es donde empieza el jaleo ya que los niños, presa de su inconsciencia e impulsividad, piden cosas de lo más peregrinas. Un día quieren ser ricos, otro guapos, al tercer día les apetece volar cual mariposas, vivir en un castillo tampoco les desagrada, a otro le apetece ser un gigante, e incluso viajan al espacio mucho antes de que lo hiciera Yuri Gagarin.

Pero como lo de pedir deseos cuando siempre son concedidos puede llegar a aburrir, en las últimas páginas del libro los protagonistas llegan al acuerdo de pedir tres deseos de golpe y dejar que el bicho se enrune en la arena de la que salió y descanse de por vida, que ha llevado unos días agotadores.

Visto así el libro no tiene mala pinta, pero ponerte a leer esto, por obligación, dentro de unos plazos (flexibles, hemos retrasado la fecha de entrega del pedido un par de veces) y con la presión de tener que responder a unas preguntas que cuentan un 10% de la nota, no me parece que sea la mejor manera de promover su interés por la lectura.

Leer tiene que ser una actividad placentera, que uno haga por gusto y con ganas. Y seguro que hay otras formas de meterles el gusanillo de la lectura en el cuerpo. ¿No sería más útil proponer una lista de lecturas adecuadas a su nivel y que ellos eligieran la que más les apeteciera? ¿No podríamos fotocopiar un capítulo de Harry Potter y leerlo en clase? ¿No podríamos buscar un cuento de Roald Dahl y mandarlo para casa?

ENTRADAS RELACIONADAS:
El colorido caso de Frankie «Red» Salmone.
Oda de guardia.
Re-sis-ti-mos.
no solo sino también.
Va a ser ESO otra vez.

Labels: docencia, libros