March 17, 2013


El colorido caso de Frankie «Red» Salmone


Francisco es uno de los alumnos más brillantes de la clase. Sus notas se mueven entre el 8 y el 10. Domina el inglés, el francés, la lengua castellana (y la literatura), las ciencias naturales, las sociales, es un artista tocando la flauta en música, y debe de cumplir nueve de los diez mandamientos de la Santa Madre Iglesia a rajatabla porque esa es la nota que sacó en la primera evaluación.

Nadie es perfecto, y como suele ser habitual en estos casos de brillantez académica, le falla la educación física. Digamos que en una competición deportiva se quedaría en la zona templada de la clasificación; nunca se clasificaría para la Champions League y a mitad de temporada coquetearía con el descenso.

Pero además de no saltar más lejos, ni correr más rápido, ni golpear el volante más fuerte que los demás en badminton, Frankie «Red» Salmone tiene un problema con el material escolar.

Es un hombre pulcro y trabajador, que presenta los trabajos a ordenador, casi siempre puntualmente, y remarca y enmarca los títulos con rotuladores fosforito. Verde por arriba, azul por abajo, rosita a los lados. A clase se trae siempre media papelería. He llegado a contarle tres estuches: uno gordo con bolis, tijeras y correctores líquidos, otro más menudo con lápices, gomas y tajadores; a parte su posesión más preciada, una caja de Stabilos Point 88 fine 0,4 con todo elespectro que el ojo y la mente humana puedan percibir e imaginar. Desde el verde pera-limonera al rojo fresón-de-palos-maduro, pasando por el azul agua-marina-vista-desde-los-acantilados-en-una-tarde-de-invierno-al-ponerse-el-sol.

Y es ahí donde empiezan sus problemas. Sus compañeros le tienen envidia, no tanto por sus brillantes calificaciones, que también hay alguno, si no por su nutrida paleta cromática, y aprovechan el más mínimo descuido para birlarle el amarillo plátano-de-canarias o esconderle el verde pistacho-iraní. Entonces Frankie se revuelve nervioso en la silla, mira debajo de sus carpetas, entre las hojas del cuaderno, palpa la rejilla del pupitre con avidez, hasta que harto y sin haber hallado lo que buscaba se lamenta en voz alta, «—Señorita... me han quitado un rotulador...», provocando la hilaridad del respetable público que llena la sala.

A ti te dan ganas de decirle, «—Francisco, chico, no seas tan repelente, que aún te quedan 35 y hay que compartir», pero dices, «—Venga ya estamos otra vez, hay que ver qué pesaditos sois. El que le haya quitado el rotulador que se lo devuelva pero ya u os quedáis sin recreo. Y tú no te gires tanto hacia atrás, que si estuvieras a lo que has de estar nadie te quitaría nada.»

Entonces él contesta contrariado que hace rato que ha acabado y que se aburre y que esto que estamos haciendo ahora se lo explicaron ayer por la tarde en la academia.

¿A nadie se le ha ocurrido todavía lo de las clases particulares para educación física? Hay chicos como Frankie que no pueden entrar en la carrera que les gustaría porque la nota de gimnasia les baja un montón la media para la Selectividad.

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Quizá haya algún tesoro / muy dentro de mi entraña. / ¡Quién sabe si yo tengo / diamante en mi montaña / o tan sólo un pequeño pedazo de carbón! / Los árboles del bosque de mi isla / sois vosotros, mis versos.

Salen los niños alegres / de la escuela, / poniendo en el aire tibio / de abril canciones tiernas. / ¡Qué alegría tiene el hondo / silencio de la calleja! / Un silencio hecho pedazos / por risas de plata nueva.


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