January 04, 2011


El timo del botemocho


Tras el acto fallido del pasado 7 de diciembre, hoy era el día elegido para intentar pasar de nuevo el reconocimiento médico de la empresa.

Sonará un poco raro pegarse el madrugón un día de vacaciones para sin desayunar dejarte sacar dos cartuchos de sangre, pero viendo cómo está la patronal y conociendo las agonías y sofocos que sufren en Jefatura de Estudios cuando alguien falta, mejor hacer hoy la primera buena obra del año y no empezar el 10 de enero creando tensiones innecesarias. Puestos a perder derechos y libertades, siempre es más grato renunciar voluntariamente a ellos que ver cómo te los recortan un poco cada día.

Total, échame un poco de orín aquí, un pinchazo en el brazo izquierdo, unas preguntas sobre alergias, dolores y antecedentes familiares; peso, estatura y dime las letras que hay en la pared. Túmbate en la camilla. Boca arriba. ¿Fumas? Pues ya está, ya te puedes vestir y a desayunar.

Hasta dentro de tres años y a esperar los resultados vía correo electrónico.

Chemist's

Oye, ¿y lo del timo del botemocho del título a qué viene?, se pregunta el avezado lector. ¡Ah!, es que no sabía yo que al llegar al consultorio, una amable enfermera te obsequia con un tubito de cristal con tape plástico hermético y con un vaso de café (o chupito) también plástico, con la intención de que trasvases el líquido de tu cuerpo (recipiente XXL) al vaso (recipiente S) y de allí a la probeta (recipiente XXS). ¿Y lo que sobra? Pero como estas modernidades al hacerlas cada tanto tiempo a uno se le olvidan, mi yo previsor, la víspera de fecha tan señalada se pasa por una farmacia y pide un bote para hacer análisis; y me los llevo hechos de casa, los líquidos.

Mi sorpresa fue cuando ayer la farmacéutica se empeñó en querer sacarme ella misma la sangre, sin aguja ni anestesia. Un euro me cobró por el mismo bote de plástico con sus marcas blancas en un lateral, su tape rojo de rosca, su envoltorio de celofán transparente y crujiente, el mismo que hacía menos de un mes, en una farmacia dos manzanas más arriba, farmacia con su cruz verde luminosa sobresaliendo de la fachada, con sus puertas correderas de cristal, sus cepillos de dientes alineados por colores y dureza en el expositor, farmacia al fin y al cabo, me había costado cincuenta céntimos.

¿La diferencia de precio de diciembre a enero se debe a la actualización del IPC al comienzo del año? ¿La escasez de petroleo va a convertir a los botecitos estos en artículos de lujo? ¿La licenciada de debajo de casa tiene un morro que se lo pisa cuando anda? ¿Deberíamos acabar con el mercado libre y regular los precios por decreto?

Lo peor es que en aquel momento me pareció tan barato el primer bote, 0,50€, un regalo, que me hubiera comprado dos. Pero no quise caer en el derroche gratuito.

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Quizá haya algún tesoro / muy dentro de mi entraña. / ¡Quién sabe si yo tengo / diamante en mi montaña / o tan sólo un pequeño pedazo de carbón! / Los árboles del bosque de mi isla / sois vosotros, mis versos.

Salen los niños alegres / de la escuela, / poniendo en el aire tibio / de abril canciones tiernas. / ¡Qué alegría tiene el hondo / silencio de la calleja! / Un silencio hecho pedazos / por risas de plata nueva.


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